Originario del municipio de Metepec, en el Estado de México, el Gran Maestro Adrián Luis González empezaría desde muy pequeño a instruirse en el arte de transformar el barro, por motivación de su tío –y tutor– don Timoteo González; uno de los primeros alfareros de Metepec que trabajaría elaborando los famosos “árboles de la vida”. Luis González cuenta que, mas o menos, a la edad de 8 años comenzaría a realizar sus primeras piezas de barro: “Yo las hacía y mi mamá y mi abuelita se iban al tianguis en Toluca a venderlas”. Desarrollando desde pequeño su amor por el barro, el Gran Maestro se consolidó, después de varios años y arduo trabajo, como uno de los mejores artífices de árboles de la vida en el país.
El Gran Maestro, señala, no siempre se dedicó a la actividad alfarera; por más o menos 7 años ejerció como zapatero en la Ciudad de México. No obstante su paga como zapatero era buena, el maestro decidió regresar a su pueblo y retomar su actividad como artesano. Fue entonces cuando se dio cuenta que su trabajo ya no era valorado como antes, ahora otras familias alfareras eran las que se habían consagrado en el negocio de los árboles de la vida y, por ende, su trabajo era mayormente reconocido. A su regreso, explica, sus piezas eran en cierta forma rechazadas por las tiendas por no pertenecer a un artesano “de renombre”. Ello comenzó a cambiar cuando conoció a un coleccionista que tenía mucha relación con el museo de arte popular “aquel que estaba frente al Hemiciclo a Juárez”, explica que este señor vio y valoró su trabajo, pidiéndole que lo llevara a la Ciudad de México, al museo de Arte Popular para poder adquirirlo. Sería este museo donde más adelante comenzarían a comprarle piezas sobre pedido y a promover su trabajo como artesano.
Adrián Luis González llegó a elaborar originales árboles de la vida con una amplia diversidad de temas, como: la primavera, el nacimiento, la vida y la muerte, genealógicos, etc. Los árboles los realizaba en color barro natural o los pintaba en colores terrosos o mate –el maestro Adrián fue uno de los primeros en Metepec en utilizar este tipo de colores para decorar sus piezas–.
Además de árboles de la vida, el maestro también realizaba miniaturas en barro (por ej. el Arca de Noé), soles, medallones con escenas religiosas, ángeles, músicos, piezas utilitarias para decoración y, además, las famosas catrinas.
En la actualidad, el Gran Maestro ya no ejerce como artesano debido a malestares físicos que le han impedido seguir adelante con su labor artesanal. Sin embargo, nos explica el proceso que realizaba con cada una de sus originales piezas de arte popular:
De Ocotitlán, poblado aledaño a Metepec, el maestro extraía el barro de los bancos de arcilla en grandes trozos; especialmente colorado y amarillo, porque reunían las propiedades adecuadas para sus piezas. El maestro, explica, comenzaba el proceso con palos y mazos de madera muy pesados, con el fin de partir los terrones más grandes y deshacerlos. Después, mezclaba los barros en proporciones adecuadas, antes de ponerlos a secar al solo por un tiempo.
Después de dejar orear el barro, lo trasladaba con palas al interior del taller, almacenándolo en un lugar seco y ventilado. A medida que iba necesitando de la materia prima, iba sacando el barro y moliéndolo con una piedra especial muy pesada, conocida como “piedra de moler”. Posteriormente, quitaba del barro las pequeñas impurezas, pasando el polvo por un tamizador. Agregando agua para amasar las pequeñas cantidades que iba trabajando; ello sin dejar de golpear la mezcla continuamente hasta que la dejara “al punto” –maleable–. Si era necesario, dependiendo de la figura que se tenía pensada, se agregaba la flor de tule, para volver el barro blanco. Ya bien amasado el barro, el maestro hacía las “pellas” del tamaño adecuado para la pieza que iba a trabajar. Si era necesario, tortilleaba la pasta con una maceta.
Si iba a moldear, cubría con barro el molde de la pieza que desea obtener (copinar); aplanaba y golpeaba la pasta con las manos para que se adhiriera a la perfección y plasmara los detalles más pequeños. Al final, alisaba con una pequeña piedra que humedecía continuamente. Con un alambre o con un hilo cortaba los sobrantes de barro. Después, dejaba secar las piezas en el taller por uno o dos días, para después desmoldearlas y sacarlas al sol.
Si las piezas eran, en cambio, modeladas, el maestro se mojaba las manos constantemente al trabajar la masa. Después del secado, rebajaba y alisaba con el raspador y procedía a quemar las piezas por varias horas en hornos circulares. Para terminar, apagaba el horno y dejaba enfriar las piezas en su interior.
Hoy en día, Miguel Ángel González –hijo del Gran Maestro Adrián– continúa con orgullo la tradición alfarera de su padre y de su tío abuelo, don Timoteo González. La labor artesanal de Miguel Ángel conlleva el rescate de una técnica ancestral y la elaboración de nuevas ideas de diseño que queden plasmadas en piezas originales que enaltezcan la labor artesanal de las generaciones pasadas de su familia.
Fuente:
Grandes Maestros del Arte Popular de México
Coordinado por Cándida Fernández de Calderón
Editado por Fomento Cultural Banamex, A.C., 1998