En la “Ciudad de las ollas”, en Raquira, Colombia, las calles se caracterizan por estar revestidas de colores que alcanzan su máxima expresión para ser admiradas por aquellos que habitan o visitan dicha localidad. El pueblo de Raquira, en el departamento de Boyacá, se caracteriza principalmente por la elaboración de artículos de barro que se distinguen en la región por su calidad y originalidad. Como digna representante de este ancestral oficio, la Gran Maestra Rosa María Jerez, hija de la gran artesana Otilia Jerez, aprendió desde muy pequeña a elaborar vasijas utilitarias, ello con el fin de vendérselas a intermediarios.
De la necesidad económica nació la iniciativa de generar más piezas y venderlas directamente pero, asimismo, la inquietud y la imaginación de la Gran Maestra en su niñez, la llevaron a ocupar su tiempo formando figuritas, aprovechando la horneada que ya tenía preparada su madre.
La maestra Rosa María explica que hace más de treinta años se enteró de un concurso de piezas de barro y, al igual que su mamá, decidió participar en él: doña Otilia con una olla de cuatro orejas y Rosa María con una iglesia. El día de la premiación supo que “la señora de la olla había ganado el primer lugar y el segundo puesto la joven de la iglesia”, lo que, afirma, le provocó una inmensa alegría. Un año después volvió a inscribirse, pero en esa ocasión, los participantes debían hacer una demostración de su trabajo. Rosa María modeló con habilidad el barro, creando un grupo de intérpretes de música popular llamada “carranguera”, muy tradicional en la región, escena con la que ganó el primer lugar.
Así fue como se inició de lleno en la alfarería. Comenzó a buscar la manera de hacerse de clientes y tiendas que se interesaran por sus muy variadas piezas –la mayoría, escenas de la vida diaria con todos sus detalles y características distintivas: músicos, campesinos, yuntas y los muy conocidos caballitos de Ráquira que, para su fortuna, fueron muy bien recibidos–.
Pero fue con las imágenes de vírgenes con las que se colocó como una artesana reconocida no solamente en Colombia, sino en el extranjero. Tal vez de manera fortuita llegó a ello, pues en una ocasión, cuenta, dejó una pieza en consignación en un centro artesanal de su pueblo, en el que se vendían sobre todo artículos utilitarios, por lo que no pensaba que pudiera llamar la atención. Sin embargo, su suerte fue tal que le pidieron veinte piezas más para enviarlas a Estados Unidos. De esta manera su obra se conoció en muchos países.
Su temperamento tenaz la impulsó a participar en ferias y concursos locales imponiendo de esta manera su estilo. Ha tenido la oportunidad de participar en exposiciones colectivas y sus piezas forman parte de colecciones públicas y privadas tanto de su país como del extranjero. Su taller –llamado Las Otilias– también es reconocido internacionalmente. Ha sido invitada a mostrar su trabajo en embajadas, centros culturales y organismos internacionales, además en la Universidad Nacional de Colombia ofrece pláticas a los estudiantes sobre alfarería.
Como todos sus compañeros de Ráquira, extrae la arcilla de las vetas que hay en la región, le quita las piedras e impurezas para después molerla, remojarla y con los pies descalzos amasarla hasta formar bolas con las que irá trabajando. Cuando este paso ha llegado, toma una y le hace un hueco en la mitad; con la mano va adelgazando la masa y modelando la figura, sin ayuda de ninguna herramienta o utensilio, y las pule con una esponja.
Cuando la pieza está lista, la pone a secar en la sombra por varios días, mientras se prepara para pintar; lo hace con arcillas diluidas en agua o con engobes naturales extraídos de las plantas. Finalmente inicia la cocción, que requiere de mucho cuidado; después de que ha prendido el horno hasta lograr el calor adecuado, introduce algunas piezas con cuidado y al cabo de dieciocho horas estarán listas sus inconfundibles piezas de los personajes y la vida cotidiana de su tierra.
Sus piezas son bellas y especiales por ser el reflejo del cariño que imprime a cada una de sus creaciones y, en la actualidad, con el entusiasmo y la dulzura que la caracterizan, trabaja al lado de sus cinco hijas, las cuales están muy familiarizadas con este arte, principalmente Luz Marina y María de los Ángeles quienes, desde muy jóvenes y a fuerza de ver las creaciones de su madre, ya tienen las suyas propias.
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Fuente:
Grandes Maestros del Arte Popular de Iberoamérica, Tomo I
Coord. Cándida Fernández de Calderón, 2013.
Editado por Fomento Cultural Banamex, A.C.