Las hamacas de la familia Villajuana sobresalen por sus vistosos colores, pero en especial, porque su elaboración se lleva a cabo con hebras de henequén y sansevieria, hilos de origen y tradición autóctonos que se usaban tradicionalmente y que fueron sustituidos por algodón y nylon.
La matriarca de la familia Doña Elena Manzano de Villajuana (1922-1993) transmitió a su hija María Elena (1959), a su nieta Gloria Leticia (1963) y a sus nueras, Ofelia Madariaga (1954) y Donatila Pech (1947) el arte y las técnicas tradicionales de la fabricación de hamacas, en especial las tejidas con fibra de “lengua de vaca” o sansevieria, que son ahora la especialidad de la familia.
La sansevieria –popularmente llamada “sansiviera” en Yucatán– es un agave, conocido también como “lengua de vaca”, que crece en forma silvestre en tierras pedregosas. De estas plantas se obtienen las fibras que la familia Villajuana utiliza para hacer sus hamacas.
Las hamacas se urden en bastidores de madera especiales, que constan de dos postes cilíndricos verticales sobre los cuales se colocan los travesaños con muescas. Antes de comenzar el urdido, las artesanas enrollan el hilo que usarán en una aguja de madera.
A continuación empiezan a tejer por la orilla, enredando el hilo horizontalmente alrededor del bastidor, y ejecutando una serie de nudos con la aguja a intervalos regulares. Nudo sobre nudo, les toma unas veinte vueltas completar la orilla, tras lo cual empiezan a formar el cuerpo de la hamaca. Cuando se ha completado el cuerpo –que lleva entre ciento sesenta y doscientas vueltas, según el tamaño de la hamaca–, se termina con la otra orilla repitiendo los anudados.
Antes de quitar la hamaca del telar, se tejen los brazos, enganchando hilos en los laterales de la hamaca, y en cada uno de los extremos de los brazos se hace una lazada o perilla, que es de donde se cuelga. A medida que va tejiéndose la hamaca, se hacen diversas puntadas y diseños. Entre los más tradicionales están el jaspeado, el llamado “de arroz”, las crucecitas, las franjas, el cabello de ángel y la plumilla, puntos con los que las tejedoras de la familia Villajuana dejan volar su imaginación y dan vida a sus creaciones, mezclando fibras de distintos tonos que tiñen con pigmentos naturales.
El resultado de todo el proceso son hamacas únicas que demuestran el talento de la familia. Sus creaciones son reconocidas en su población y en el ámbito nacional. Han participado en certámenes en Mérida y la ciudad de México, ganando primeros lugares y reconocimientos concedidos por FONART, Las Manos de México y Fomento Cultural Banamex, entre otras instituciones.
Fuente:
Grandes Maestros del Arte Popular de Iberoamérica, Tomo II
Coord. Cándida Fernández de Calderón, 2013
Editado por Fomento Cultural Banamex, A.C.